¡Hablemos de cine español! “Ay, Dios, no”, sí, lo sé, pero es periodo estival, lo que significa una rebelión en masa de becarios y suplentes y que El blog de Randy se queda sin esas ideas frescas y esas conmovedoras historias en el metro madrileño que le dieron vida.
Existe una creencia, con la que tiendo a coincidir, de que las limitaciones en el mundo del cine pueden ser positivas. Un director con poco presupuesto se marca un buen travelling en lugar de hacer veinte cortes por diálogo. Se dice/comenta que la época de la censura en el cine español ayudó a cineastas como Berlanga a introducir sutiles elementos de crítica (y quien no sepa lo del discurso en Bienvenido Mr. Marshall, es que, como el que no sabe lo de la diarrea de Harrison Ford en En busca del arca perdida, ha vivido, comido y dormido bajo una piedra los últimos 30 años) y emplear la astucia para burlar la censura. Hablando de cine español, encontramos algunas películas brillantes de la época, como Calabuch, Historias de la radio o El extraño viaje, de cuando la gente iba a ver cine español.
Después llegó toda la época aquella del despelote y demás, de la que yo guardo nulo recuerdo, pero que, hasta hace poco, lastraba al cine español y que lo sigue lastrando con trailers como el de Habana Blues o cualquiera que muestre mujeres desnudas. Curioso efecto, amigos: los jóvenes de los 90 aceptábamos y hasta demandábamos desnudos de películas extranjeras (muerte a American Pie) cuando los esgrimíamos contra el cine patrio como manifestaciones de cutrerío.
A día de hoy, ya parece haber quedado atrás ese pensamiento, pero el problema del cine español sigue siendo complejo. Directores como Alex de la Iglesia o incluso Bigas Luna (no me maten, su Angustia era una película más que interesante) abrieron el camino para un nuevo tipo de cine en España, del tipo que muchos chapados a la antigua parecen despreciar. El director de la no-agradable (¡Eufemismo! ¡Eufemismo!) Los Crímenes de Oxford, se las apañó con bajo presupuesto para darnos una space-opera de esas con un toque indudablemente nacional, un humor negro negrísimo y una critica hacia ciertos problemas actuales. Y, a día de hoy, Acción Mutante continua siendo enormemente grande, le pese a quien le pese. Después habrían de llegar exitazos como los de El día de la bestia o Abre los ojos (película que jamás me gustará) que se hicieron un hueco en nuestros corazones gracias a los domingos por la noche de TVE, años antes de internet, cuando comentábamos las películas que veíamos por televisión y nos reíamos de los excesos y el puro de Schwarzenneger en Depredador (que grande que era aquella película, cojones, una pena que el key grip o el gaffer no fueran andaluces, porque la contaríamos como película española).
En fin, el tema es que el cine comenzaba tímidamente un nuevo rumbo, hacia un cine de género, ya saben, thrillers, o películas de ciencia-ficción o de terror, todos esos géneros que parece que no pueden ir vinculados a una película de calidad. “¿Cómo? ¿Fantástica? No, esta es una película de personajes”. Quizás coincidió aquello con unas ganas de debate, o quizás fue que internet empezaba a instalarse en cada hogar, cada familia, cada persona, cada ser (Telefónica paga por estas cosas), pero entonces pareció cobrar fuerza el celebérrimo debate sobre el cine español. Los espectadores acusaban a los productores de hacer cine de mala calidad y los productores acusaban a los espectadores de tener el gusto atrofiado. Y es que el cine es uno de los pocos trabajos donde el cliente parece no tener razón para algunos.
Este debe de ser el slogan más desorientador de la historia del cine. Y sí, nada más ver el cartel uno ya sabe que habrá tetash.
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