El día de ayer no fue tan mal después de todo. Sí, es cierto, me echaron de la empresa en la que llevaba trabajando veinte años y que levanté con el sudor de mi trasero, pero, al menos, me dieron unas explicaciones más que convincentes antes de zapatearme el sudoroso ídem. O no, pero al menos me fui con una sonrisa. Y es que gracias al cielo existe alguien (o, más bien, algo) que vela por todos nosotros en ese fatídico día en que nos vamos a la putièn rue. Ese fabuloso mapache rebelde con antifaz, gayumbos por fuera, capa con una “D” bien marcada y gorra con la visera hacia atrás a lo tronqui molongui: Despidín. ¡Qué bueno es irse a la calle si es Despidín, la mascota de los empresarios sin escrúpulos, quien te da la patada final! Tú te plantas en una sala gris, te sientas en la Silla Del Adiós y, entonces, cuando menos te lo esperas, Despidín aparece volando con su canción habitual, un rap machacatímpanos y estrujaorejas. “Soy Despidín, el mapache rapero/Si te portas bien te daremos tu dinero/Yo hago finiquitos/Yo canto con mucho flow/Si estás muy tranquilito/Te diremos adiow-ow-ow-ow/Te echaremos de menos/Después de veinte años/Pero te vas de nuestro seno/Y eso que aun estás muy sano”. Yeah. La cosa sigue durante minutos y minutos en los que, entre cancioncitas y rimas forzadas, Despidín te va desglosando el IRPF, te dice los meses de paro que te quedan y, para terminar, te regala su insignia y un globito. “¡Yo también quiero ser despedido con Despidín!”. Casi te da ganas de sonreír, vaya. Pero les decía que el día de ayer no fue tan mal. Por si no fuera suficientemente genial que un mapache con capa y gorra hacia atrás te haga un playback con Ha sido por la crisis (Despidin’s song), lo que hice después supera a todo lo imaginable. Coger al puto Despidín, atarle a una silla y amenazarle con cortar su enorme cabezota no sería tan gratificante si no le diera una oportunidad para escapar. Y, ya que él tiene muchas papeletas para ser una de esas mascotas que despiden de sus respectivas compañías (o que mueren. ¿Qué demonios pasa con las mascotas que no funcionaron?), le daré la oportunidad de sobrevivir. Si es capaz de hacerme un top ten con las mascotas que no funcionaron jamás y desaparecieron sin pena ni gloria, le suelto y solo le corto su cola de mapache idiota. Se lo tiene merecido. Puto Despidín. Oh, pero miren, viene hacia mí con una nota. ¿Se quedan a escucharle? ¡Fabuloso! Ejem.
Todos teníamos mil gomas de Bolitas. ¿A que nadie tuvo nunca ninguna de Ricitos? Obviamente.
10-RICITOS, TORCIDITOS Y BOLITAS: Antes de que Chester, un guepardo con gafas de sol y, sorprendentemente, sin gorra con visera hacia detrás (quédense con esto: Es la señal de que una mascota intenta llegar al público joven, porque todo joven va con la visera hacia detrás hoy en día) les quitara el puesto, en Cheetos partían la pana tres ratones con los que se imprimieron reglas, gomas de borrar antropomórficas –un perfecto punto medio entre goma de borrar que destrozaba la página antes de borrar una línea y figurita coloreable a lo Warhammer-, camisetas, bolígrafos y cientos de bolsas: Ricitos, Torciditos y Bolitas. Los tres, ratones sin ningún rasgo característico que les alejara del tópico. Bueno, sí: Al principio, antes de hacerse juveniles, eran mosqueteros (además de tener de añadido a Tubitos, que me tuvo que recordar Wally Week), más conocidos como “masqueseros”. ¿Lo pillan? MAS QUESEROS. Oh, dios santo. Más adelante, cuando se cansaron de hacer cosplay de D’artacan, variaron en su vestuario y se pusieron camisetas con su inicial bordada en ellas. Se podían haber quedado como masqueseros, la verdad, pero hablemos de su época dorada. Los ratones de Cheetos, que solo comían queso (ni las propias mascotas de Cheetos querían comer las horribles bolitas de Matutano que, después, redujeron de tamaño, hicieron más livianas y llamaron Pelotazos. Yo siempre fui de los deliciosos Torciditos/Risketos), eran bichos sin historia alguna tras ellos, más allá de tener el increíble poder de transformarse en goma de borrar. El ratón gordo siempre estaba sonriendo y, al menos en mi cabeza, era el marginado social de turno, capaz de hacerte los deberes a cambio de no recibir paliza esa tarde. Por su parte, Torciditos tenía pinta de entrenador de béisbol de instituto fracasado: Alto, encorvado, con ropa más grande que él y con gorra, que, de hecho, tenía la visera hacia delante. ¡Hacia delante! ¿A qué sector juvenil pretendían llegar con Bolitas y Torciditos, un gordo y un tipo con la visera hacia delante? ¿A los nerds? Por su parte, Ricitos era el guay del trío, siempre sonriente y feliz, con la “R” marcada en su camiseta, como recién salido de una cita con Gublinsita. Finalmente, vaya usted a saber por qué, el experimento español fracasó y Chester llegó de Esstados Unidos dispuesto a deslumbrarnos y a protagonizar videojuegos y campañas promocionales sin carisma alguno. Ricitos, Torciditos y Bolitas: En el fondo os echamos de menos. Y a vuestras reglas sin calidad ni nivel ni nada de nada.