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[TOP 10] Mascotas que no triunfaron: ¡Adios al carisma! (y 2)

julio 29, 2009

Despidín sigue mirándome, con los ojos fijados en la punta del cuchillo. Me ha dicho cinco mascotas que no funcionaron y no sabe si será capaz de terminar con la lista. Lo noto en sus ojos. Lo noto en su mirada. Lo noto en que, qué coño, cualquiera estaría acojonado si estuviera disfrazado de mapache, atado a una silla y con un tipo amenazando con tu asesinato vil y sórdido si no le dices las cinco peores mascotas de la historia. Sé que no me vale Fido Dido, que el tipo triunfó y de lo lindo. Sé que no me vale Pepsiman, que próximamente se pasará por el blog. Ni Tidós (¡Ven, Tidós! es aún el peor eslogan de la historia). Ni los Chiquiprecios. Tiene que darme algo más duro. Acerco el cuchillo a su cuello. A ver qué tiene el pobre muchacho.

5-GELATIBOYS: Los más jóvenes del lugar no sabéis lo que os habéis perdido. Sí, tendréis vuestro Internet, vuestras series subtituladas y vuestras consolas de última generación con gráficos ultra-realistas-que-te-cagas (en la que aprovecháis para bajaros el Sonic & Knuckles, poniendo como excusa la “nostalgia”. Ya, claro. Ejem), pero nunca tendréis la Super Mortadelo. Antaño, los chavales del mundo teníamos nuestra ración mensual de suero infantil con la revista que aglutinaba a Pafman, Sporty, Mortadelo (obviamente), el doctor Furillo y un buen grupo de obras que, hoy por hoy, solo os sonaran si pasáis de los veinte años. Y entre obra de risa y obra de risa (que, por cierto, revisionadas hoy en día no dan demasiada gracia), los anuncios en forma de cómic, realizados por mercenarios del cómic como Ramis. Y, entre los anuncios, uno que destacaba con luz propia: Las apasionantes aventuras de los Gelatiboys, que habrían dado para una serie, una película, un videojuego y un par de colecciones de cromos. Tal era su carisma y su falta de complejos. Vista ahora, Los Gelatiboys de Royal se entiende como una fábula metafórica y compleja en la que un adolescente consigue hacer realidad sus deseos más frustrados mediante la idealización de un puñado de superhéroes que él mismo inventa gracias a su imaginación (o las drogas). O no. Cada aventura de los Gelatiboys comenzaba con una viñeta de presentación de título, con rimas tan apasionantes como “¡Esta gominola sí que mola!” (claro, porque los ositos son taaaaan del 85…) o inteligentes juegos de palabras a lo “¡Un tío muy fresco!” (ya que, por lo visto, la gelatina quita el calor mejor que una Coca-cola bien fresquita o que la fuente de tu barrio, esa que todos los perros del vecindario han lamido antes que tú y lo sabes), para proseguir con el planteamiento del problema: Un niño con el pelo rojo, cuyo nombre no se dice nunca (por lo que le llamaremos Gelatidiota. Ah, haberle puesto nombre, amigos de Royal) tiene un problema grave y de difícil solución, como “qué daré a mis amigos para comer en mi cumpleaños”, “Joder, qué calor hace” o “No encuentro el mando de la tele”. Al instante encuentra la solución que todo niño esquizofrénico encontraría: Coger el objeto más cercano a él que encuentre (un reloj, un zapato, una farola. El día que Gelatidiota encontró la caja de Durex de sus padres fue un momento hilarante) y gritar “¡Llamando a los Gelatiboys de Royal! ¡Cambio!”. Así, por las buenas. Nadie sabe de donde sacó los poderes para comunicarse con esta panda de imitadores de Parchís venidos a menos, ni si el chico no tenía teléfonos en casa, ni si el final de los cómics coincidió con su ingreso en el sanatorio más cercano, pero la cosa es que, tras una viñeta con una explosión y un “¡Flash!” (muy útil para el dibujante, por cierto), aparecen ELLOS. Los héroes nacionales. Los gelatiboys.

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Entiendo de dónde sale el «Flop!», pero no el «Zas!»

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