[TOP 10] Mascotas que no triunfaron: ¡Adios al carisma! (y 2)

Despidín sigue mirándome, con los ojos fijados en la punta del cuchillo. Me ha dicho cinco mascotas que no funcionaron y no sabe si será capaz de terminar con la lista. Lo noto en sus ojos. Lo noto en su mirada. Lo noto en que, qué coño, cualquiera estaría acojonado si estuviera disfrazado de mapache, atado a una silla y con un tipo amenazando con tu asesinato vil y sórdido si no le dices las cinco peores mascotas de la historia. Sé que no me vale Fido Dido, que el tipo triunfó y de lo lindo. Sé que no me vale Pepsiman, que próximamente se pasará por el blog. Ni Tidós (¡Ven, Tidós! es aún el peor eslogan de la historia). Ni los Chiquiprecios. Tiene que darme algo más duro. Acerco el cuchillo a su cuello. A ver qué tiene el pobre muchacho.

5-GELATIBOYS: Los más jóvenes del lugar no sabéis lo que os habéis perdido. Sí, tendréis vuestro Internet, vuestras series subtituladas y vuestras consolas de última generación con gráficos ultra-realistas-que-te-cagas (en la que aprovecháis para bajaros el Sonic & Knuckles, poniendo como excusa la “nostalgia”. Ya, claro. Ejem), pero nunca tendréis la Super Mortadelo. Antaño, los chavales del mundo teníamos nuestra ración mensual de suero infantil con la revista que aglutinaba a Pafman, Sporty, Mortadelo (obviamente), el doctor Furillo y un buen grupo de obras que, hoy por hoy, solo os sonaran si pasáis de los veinte años. Y entre obra de risa y obra de risa (que, por cierto, revisionadas hoy en día no dan demasiada gracia), los anuncios en forma de cómic, realizados por mercenarios del cómic como Ramis. Y, entre los anuncios, uno que destacaba con luz propia: Las apasionantes aventuras de los Gelatiboys, que habrían dado para una serie, una película, un videojuego y un par de colecciones de cromos. Tal era su carisma y su falta de complejos. Vista ahora, Los Gelatiboys de Royal se entiende como una fábula metafórica y compleja en la que un adolescente consigue hacer realidad sus deseos más frustrados mediante la idealización de un puñado de superhéroes que él mismo inventa gracias a su imaginación (o las drogas). O no. Cada aventura de los Gelatiboys comenzaba con una viñeta de presentación de título, con rimas tan apasionantes como “¡Esta gominola sí que mola!” (claro, porque los ositos son taaaaan del 85…) o inteligentes juegos de palabras a lo “¡Un tío muy fresco!” (ya que, por lo visto, la gelatina quita el calor mejor que una Coca-cola bien fresquita o que la fuente de tu barrio, esa que todos los perros del vecindario han lamido antes que tú y lo sabes), para proseguir con el planteamiento del problema: Un niño con el pelo rojo, cuyo nombre no se dice nunca (por lo que le llamaremos Gelatidiota. Ah, haberle puesto nombre, amigos de Royal) tiene un problema grave y de difícil solución, como “qué daré a mis amigos para comer en mi cumpleaños”, “Joder, qué calor hace” o “No encuentro el mando de la tele”. Al instante encuentra la solución que todo niño esquizofrénico encontraría: Coger el objeto más cercano a él que encuentre (un reloj, un zapato, una farola. El día que Gelatidiota encontró la caja de Durex de sus padres fue un momento hilarante) y gritar “¡Llamando a los Gelatiboys de Royal! ¡Cambio!”. Así, por las buenas. Nadie sabe de donde sacó los poderes para comunicarse con esta panda de imitadores de Parchís venidos a menos, ni si el chico no tenía teléfonos en casa, ni si el final de los cómics coincidió con su ingreso en el sanatorio más cercano, pero la cosa es que, tras una viñeta con una explosión y un “¡Flash!” (muy útil para el dibujante, por cierto), aparecen ELLOS. Los héroes nacionales. Los gelatiboys.

Entiendo de dónde sale el «Flop!», pero no el «Zas!»

Los gelatiboys eran siete tipos con una R marcada en su traje (compuesto de gayumbos hacia fuera y capa de su color favorito. No se comieron la cabeza, no) con nombres que eliminan toda posibilidad de folleteo que pudieran encontrar un viernes por la noche. A ver cómo ligas tú con el tipo de al lado llamándote Naranja, Fresa, Tropical, Cola o Limón. Naranja aún, pero Cola debió cambiarse de nombre en cuanto tuvo ocasión. A la llamada de Gelatidiota acuden cuatro de ellos (al azar, los que estén de guardia esperando que el chico no sepa bajarse la cremallera para hacer pis o algo) volando, con un plato de gelatina en una mano, un tenedor/batuta en la otra y gritando sus propios nombres (“¡Naranja! ¡Fresa! ¡Cola! ¡Limón! ¡Geeeelatiboyyyys!”. Esa Y tan alargada tiene que quedar mal a la fuerza, leñe. Es como alargar la uve doble. Simplemente tiene una dicción imposible). Finalmente, y sin que Gelatidiota les diga cuál es su problema, ellos le ponen una gelatina en la mano y todo se arregla milagrosamente (“¡Caray, tenía calor, pero la gelatina me ha refrescado!”, “¡Vaya! ¡Gelatina! ¡Ahora ya sé que daré en la fiesta de mis amigos!”, “¡Bien! ¡Gelatina! ¡Ahora ya sé como viajar al pasado y matar a Hitler!”, “¡Gelatina! ¡Ese es el remedio contra el cáncer!”. Ya saben por dónde van los tiros). Pero cuando la aventura parece haber terminado con el elogio de la marca (“¡A-lu-ci-nan-te!”, “¡Esta golosina es rica y refrescante!”, “¡Sabe mejor que, euh, el Tang!”), aun queda un giro final: ¡El regalo que Gelatinas Royal te hace a tí por ser tú: Gorras de Dragon ball, descuentos o moldes para hacer tus propias golosinas gelatinosas! ¡Apasionante! ¡Una gorra de Dragon ball! Joder, dame gelatina intravenosa hasta que pueda ver a los Gelatiboys trayéndomela personalmente. Los gelatiboys traumatizaron nuestra infancia, y la de todos los que vieron que los editores, malvados ellos, publicaron sus anuncios hasta en los números de Akira. Vamos, que pasabas de ver a Tetsuo y a Kaneda en ese Japón neo-punk (que, personalmente, nunca me gustó) a disfrutar de una apasionante aventura de los Gelatiboys. No me extraña que saliéramos como salimos, la verdad.

4-NOKY Y LOS NOCILLEROS: Noky y los nocilleros era otra de esas historias que la Super Mortadelo nos ofrecía a los incautos compradores y que merecen ser recopiladas urgentemente (Foro de la TIA, ¿a qué demonios esperan?). Entre risa y risa nos encontrábamos con unas páginas que helaban hasta el café más caliente, que hacían entristecer al Joker, que nos dejaban tan mal cuerpo como si acabáramos de ver a toda nuestra familia colgada en el cuarto de baño. En estas historias, los nocilleros (cuyo nombre, por cierto, estaba escrito con la tipografía de Nocilla en medio de cualquier frase, rompiendo así con la fuente original del autor y destrozando el cómic por completo. Aun más) eran un grupo de chavales que hacían deporte y comían Nocilla, como si ambas cosas fueran compatibles. En la vida real, los que comíamos Nocilla  éramos gordos que no hacíamos más ejercicio físico que cambiar de canal de vez en cuando. Ahora hemos sido sustituidos por jugadores de World of Warcraft. Los Nocilleros eran ayudados por un oso con gorra y chándal promocional (igualito que los yonquis de tu barrio, amigo) llamado Noky, cuya única solución para todos los problemas era dar Nocilla a diestro y siniestro. Y por muy siniestra que suene la idea de un oso con chándal dando Nocilla a niños deportistas, la cosa funcionó durante demasiado tiempo. O eso creían los ejecutivos de la marca en cuestión mientras los niños queríamos quitarnos los ojos a mano descubierta.

Si entras en la piscina justo después de comer te puede dar un corte de digestión. O eso decía mi madre, vaya. ¡Noky, cabronazo!

Los nocilleros en cuestión variaban según quien lo dibujara. Si algunos, como Gosset, estaban a los lápices, el protagonista sería, con toda probabilidad, Chispa, acompañado de sus amigos anónimos (quizá se dijera su nombre en alguna tira, pero ¿en serio esperan que me las lea todas para comprobarlo? ¡Bastante tortura tengo ya con recordar su cara!). Otros dibujantes (como el enigmático Miguel. ¿Quién demonios era?) decidieron dar una vuelta de tuerca, traer a una nueva generación y convertir en protagonistas a Miki, Alba y Niko, nombres sin duda identificativos de los adictos a la leche, el cacao, las avellanas y el azúcar. En sus historias, en todo caso, una banda de villanos skinheads anónimos (tal cual) acompañados de una avispa parlante hacían una trampa tan fiable como cualquiera de Pierre Nodoyuna, con la esperanza de que los nocilleros perdieran el campeonato en cuestión. Por supuesto. el protagonista tomaba Nocilla y les daba para el pelo (el poco que tenían), repitiéndose el esquema una y otra vez. De vez en cuando, en momentos de promoción especial (¡Diapositivas de los mejores récords deportivos! ¡Ningún niño eran tan idiota como para creer que eso era interesante!) se les dedicaba una página completa sin chiste alguno. Uno terminaba preguntándose por qué los malos no dejaban de una vez la Crema de cacao del Lidl y se lanzaban a la Nocilla, si tan buenos momentos les daba a sus contrincantes. Y ya de paso, se dejaban caer en manos de un peluquero. Noky y los nocilleros, a la basura. Ya.

3-PIZZOLETO: ¿Creían que los X-men tenían los ejemplos de mutación más increíbles que podían imaginar? Eso es porque no conocen el caso de Pizzoleto, la primera mascota de Telepizza. Pizzoleto, originalmente, era un trozo de pizza con ojos y extremidades al que daba terror mirar. Quiero decir, ¡era pizza! ¡No daban ganas de abrazarle y de sentirle como mascota, sino de pegarle un buen bocado y asesinarle de una vez por todas! Pizzoleto, por suerte, mutó al de poco tiempo y, en 2002, se convirtió en la mascota del Club Aventura de Telepizza, adoptando la forma de… un niño. Así es, Pizzoleto pasó de ser un trozo de pizza a ser un niño que hacía deporte. Supongo que por la misma regla de tres, la mascota del gimnasio de al lado sería un cuarentón con obesidad mórbida sentado enfrente de su Super Nintendo. La imaginación al poder, oigan.

Las mujeres ganan a los hombres. El Ministerio de Igualdad sonríe.

Pizzoleto, ya reconvertido en niño (¿Operaciones de Michael Jackson? ¡No saben nada, amigos!), se echó novia (por mucho que la quisieran encubrir como hermana): Pizzoleta. El departamento de marketing de Telepizza en aquella época debía ser el colmo de la originalidad. Por suerte, Pizzoleto no se llamaba originalmente Picho o Pollo. Nuestro querido protagonista era pelirrojo y la única distinción que tenía con Pizzoleta era precisamente eso, el color del pelo. Tanto en la cara como en el resto del cuerpo parecían formar parte de un ejército de clones, hasta que nos damos cuenta de que Pizzoleta tiene una trenza y es rubia. Hasta un nulo en el arte de dibujar como yo sabe, por lo menos, dibujar pecas de más en un personaje para distinguirle del de al lado. El único recuerdo (esto es: Lo único que hay en Internet) que se conserva de tan simpáticos personajes (es un decir) es el cómic que ven arriba: Una horriplantez promocional titulada Pizzoleto y Pizzoleta contra el… Dr. HAT “En las Olimpiadas”. Tal cual. Comillas, mayúsculas y puntos suspensivos incluidos. Su contenido, aun ahora, es un misterio, como el de aquellos VHS de magia con la mascotita que nadie sacó de su envoltorio original. Por suerte o por desgracia, Pizzoleto fue sustituido por un grupo de amigos multiculturales llamado La tribu, donde ya no tenía cabida. ¿Os apostáis algo a que, de hacer este artículo dentro de un par de años, tendríamos que hablar del grupito de las narices?

2-CHOCLITO: Mira que hay mascotas en el mundo del fútbol de las que poder hablar, desde el propio Naranjito (que, miren por donde, siempre me cayó simpaticote) hasta Chasqui, el indio de la Copa América de 2004. Pero nadie, absolutamente ninguna mascota que haya tenido un balón entre las piernas, sea animal, persona, cosa o garabato, podrá jamás superar a Choclito, la mascota de la Copa América de 1993. La idea era mostrar el lado amable de la agricultura latinoamericana. Y a nadie se le ocurrió una mejor idea que usar el choclo, una mazorca de maíz, para representarlo. Maldita sea, ¡¡es una mazorca de maíz con piernas mal pintadas, ojo y boca añadidas con calzador y hojas haciendo de brazos!! ¿Qué demonios era esto y a quien se le ocurrió?

Y os quejabais de una naranja que jugaba al fútbol

Choclito no tuvo serie de televisión ni mayor reconocimiento que el de aparecer de vez en cuando como mascota horrorosa, con la bandera de Ecuador pintada a modo de tatuaje. No es que no gustara: La gente le aborrecía. Si fuera una persona, le escupirían por la calle. La vergüenza de las mascotas de fútbol que, para colmo, sonreía eternamente, como sabiendo que se trataba de una mascota de segunda y que solo serviría para engrosar tops como este. Verán que no se puede hablar de lo que hizo, ni de como vestía, ni de nada. No ha existo mascota más sosa, coño. Con suerte, se ha transformado en palomitas hace muchísimo tiempo. Mazorca estúpida.

1-CINECITO: Charlie Brown. Waluigi. Antonio Muñoz de Mesa. Pico. Cinecito. Subengendros sin nada más en común que una cosa: Quisimos pegarles con un bate de béisbol nada más verlos, sin darles una oportunidad de contrarréplica. En particular ha llegado la hora de hablar de esa cámara de cine con brazos, nariz-proyector y cuerpo-bobina que lleva quince años aterrorizando a los niños de España que van a preestrenos. Cinecito nació en 1993 por culpa de la Fundación Lumière, que creyó que era una gran idea que un monstruo mutante representara al cine español. Dicho y hecho, Cinecito salía en todas las inauguraciones, presentaciones y programas de cine del panorama español entre arcadas de los que teníamos que aguantar su perenne sonrisa bobalicona y su intento de frase pegadiza: “El cine en el cine”, que hoy en día haría rabiar a David Bravo y causaría indignación supina en Meneame y otros grupúsculos de gente sin neuronas.

El verdadero causante de todos los males del cine español

Cuando empezó a desaparecer, Santiago Segura realizó aquellas declaraciones (probablemente las más acertadas de su vida) diciendo que Cinecito era una mierda de mascota horrible. Por culpa de esas declaraciones, la mascota de las narices tuvo un segundo momento de gloria en el que reapareció como el típico marginado de clase al que todo el mundo pega y odia pero al que un par de personas hacían caso por pena. Obviamente, Cinecito se lo volvió a creer demasiado y empezó a dar clases de cine en colegios a chavales pubescentes que lo único que querían era salir de allí como fuera. Ojalá pudiera decir que Cinecito está muerto y enterrado, porque así es en nuestros corazones, pero no en la vida real de los capullos de la Fundación Lumière, que quieren convertir la Ciudad del Cine y las Artes de Cantabria en un enorme mausoleo a la memoria de semejante bicho. Sin duda alguna, la peor y más fracasada de cuantas mascotas fracasadas hay en el mundo mundial.

Bajé el cuchillo, orgulloso. Al fin y al cabo Despidín no era tan mal bicho comparado con Cinecito. Incluso un escorpión que me estuviera mordiendo el pie ahora mismo no sería tan mal bicho en comparación con Cinecito. Bastará con destrozarle el traje, tirarlo a la basura y dejar que el pobre tipo bajo el disfraz se vaya en pelota picada a su casa. Si es que soy todo un buenazo.

A todo esto, quizá se pregunten qué ha sido de mi durante todo este tiempo, por qué no he posteado y demás. Todo se reduce a lo mismo: Mucho trabajo, pero poco dinero para pagar el alquiler, por lo que tengo que trabajar aun más. En un mes he sufrido una mudanza, he tenido tres curros a la vez y es cansado. Muy cansado. Pese a todo, pueden leerme todos los días (si quieren, claro está) en Videojuegoblog, entre una selecta élite de comentaristas de videojuegos. Y el libro sigue ahí, con esperanza de venta en Septiembre. Lo dicho: ¡Vayan ahorrando quince euros estas vacaciones, amigos! Y perdonen por la desaparición de este mes, que no tiene perdón de Cinecito ni de ZAPATERO.

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