¿Pero qué co…? Las grandes decepciones (2)

Nos enseñan a vivir con la decepción a cuestas. Un día te levantas y te das cuenta de que la noticia del día es que Mario y Sonic compartirán un juego de las Olimpiadas en el que habrá que agitar mucho el mando de Wii para dar diversión infinita (ya saben: Cuanto más lo menees, mejor te lo pasarás. Ejem). Fabuloso, piensas. ¿Y por qué no un plataformas? ¿Es que les da dentera intentar hacer algo bueno en Nintendo últimamente? ¿O es que es mucho más sencillo poner el cerebro en off y tirar hacia adelante? Si la decepción acabara ahí, sobreviviríamos. El problema es que al día siguiente te dicen que han cancelado Pushing daisies, acuchillada por la espalda y a mala leche. Y al siguiente, que Spidergirl no vende lo suficiente y la van a mandar al limbo de Marvel junto con el Hombre hormiga y tantas series a las que nunca se les dio una oportunidad (eso sí, Marvel Monos sigue ahí. Espero que en España se edite en formato prestigio y a más de 30 euros. ¡Qué menos! ¡Son monos vestidos de personajes Marvel! ¡Es imposible que sea malo!). Otro día, los del Saturday night live español adaptan -esto es: copian- el sketch de Blue Oyster Cult y el cencerro cambiando a estos por Barón rojo (y a Cristopher Walken por… Secun de la Rosa) y haciendo que cualquier gracia que tuviera el original se diluyera rápida y firmemente. Y, finalmente, te metes en Tuenti y no necesitas más decepción. Solo una pistola con balas y hacer una visita a los desarrolladores mientras les repites una y otra vez “¿Por qué demonios habéis plagiado a Facebook tan mal? ¿Por qué tenéis tan poco carisma?”. Ya saben, el día a día. Pero, por mucho que vivamos con ello, hay decepciones que rompen la barrera entre el bien y el mal, que nos hacen replantearnos nuestra propia existencia: Aquellas que nos hacen sentir como niños a los que les acaban de robar su piruleta en forma de corazón (que, por cierto, son muy monas cuando las tomas a los cinco años, muy patéticas cuando tienes más de veinte y pelo en el pecho). Y, entre ellas, las seis que hoy traemos. Y no, no se incluyen las segundas partes de artículos originalmente publicados año y medio antes. ¡Pero podría ser!

Las fases acuáticas de cualquier videojuego: Los desarrolladores de videojuegos tienen la manía de meter la pata. Tú estás andando tranquilamente por las ruinas de una ciudad abandonada repleta de zombies y, de pronto, consigues un objeto que te hace verlo todo como si estuvieras drogado. ¿Por qué? ¿Qué demonios ganamos con verlo todo como si estuviéramos bajo los efectos del LSD, aparte de la posibilidad de ser comidos más rápidamente por zombies con ganas de marcha psicotrópica? ¿Por qué se incluyen objetos que no sirven para absolutamente nada en los videojuegos? Y, ante todo, ¿por qué alguien va a encontrarse una jeringuilla con droga en mitad de una ciudad tomada por los zombies? La respuesta es desasosegante: Por la misma razón por la que existen fases acuáticas. O sea. Da igual que el videojuego sea de acción, de plataformas o de intriga. Los desarrolladores, llegados a un punto, creen que todos los jugadores queremos pegarnos un chapuzón y por eso se ocupan en meter, de manera artificial, un traje de buzo, un superpoder que nos permite respirar bajo el agua o, como en el Super Mario 64, un cuadro que evoque criaturas marinas.

Las fases acuáticas nunca trajeron nada bueno. Ni los cosplays.

Y aquí es donde se cumple una de las máximas de los videojuegos: Nunca jamás se controlará bien a un personaje que está buceando. NUNCA. Es absolutamente imposible. Se va para los lados, pelea a la mitad de su velocidad normal, baja cuando tiene que subir y sube cuando tiene que bajar (a ver, genios: ¿Quién demonios creyó que pulsar hacia arriba en la cruceta y hacer que el personaje fuera hacia abajo era algo normal e intuitivo? ¿Quién? Espero que le hayan machacado el cráneo lo suficiente). Por si esto fuera poco, ningún maldito videojuego se libra de estas fases. Estás en el God of war machacando perros de tres cabezas y escapando de ser un pincho moruno cuando, de pronto, te plantas en un lugar sospechosamente cubierto de agua. Y claro, toca bucear y desesperarte con el personaje. En el Kingdom hearts 2, por si esto fuera poco, la fase de agua se combinó con una fase musical, creando así la cumbre del horror: Además de cantar horribles canciones Disney con un sistema de ritmo parecido al de aporrear un tambor en un partido de fútbol, tenías que nadar hacia los sitios. Y os aseguro que no era fácil. Por favor, amigos creadores de videojuegos. Por el bien de todos, dejad de meter fases acuáticas. No os lo tendremos en cuenta. De nada.

Anatomía de Grey: Sí, lo sé. La cosa ha mejorado mucho últimamente. Los personajes han dejado de parecer monigotes al servicio del guionista despiadado de turno, pero eso no quita para que hayamos tenido varios años de escarnio y decepción constante. Para los que no sigan la serie, baste decir que, en menos de temporada y media, un personaje se casó para olvidar la muerte de su padre (¡), se lió con su mejor amiga para poner los cuernos a su mujer (¡!) que luego se hizo lesbiana (¡¡!!) y cuya primera amante se marchó del hospital sin motivo alguno. Por no hablar de aquel otro cuyo prometido –paciente del hospital, por cierto- murió brutalmente, cayendo en una brutal depresión que terminó con la compra de una clínica para el hospital (ya saben, así es como se curan las depresiones: Comprando clínicas. ¡Prueben!). Más adelante se lió con otro de los personajes principales y comenzó a tener conversaciones con su novio muerto. Las conversaciones se transformaron en sexo y una relación a dos bandas (entre, repito, su novio y su ex-novio MUERTO) hasta que ella misma descubrió que tenía un cáncer del copón bendito.  Fíjate, no lo habría deducido yo solo. Con lo normal que es tirarse fantasmas, que diría Casper.

Y en el videojuego clavaron a los personajes 

En Grey hemos sufrido a personajes que prometían ser la polla y el hígado con cebolla y luego terminaron siendo simples secundarios que ni siquiera eran recurrentes. De pronto, y sin que nunca nos hubieran hablado de ella, en el hospital aparece la mejor amiga de Meredith Grey, que deja claro que es “bisexual y libertina”. Así es como se presenta a un personaje, sí señor. Prometiendo acción. Una acción que no termina de llegar en ningún momento hasta que finalmente es despedido sin haber dicho ni mú. O George O’Malley, el entrañable co-protagonista que era el mejor personaje de la serie hasta que los guionistas decidieron darle el mismo papel que a un extra. Y ahí sigue, hablando de vez en cuando y dejando sitio a las intrigas palaciegas de los personajes principales. Si no tienes líos dentro del hospital, no eres un buen personaje en Anatomía de Grey. Como digo, en los últimos episodios la cosa ha vuelto a ir para arriba y a ser el entretenido dramedy que era en sus primeras temporadas, pero por favor. No más decepciones. No estoy seguro de que el cuerpo de nadie las aguantara.

Dragon ball, la película: Después de tantas noticias, de tantas bromas al respecto, de tantos rumores falsos (¿qué fue de Teto, el amigo informático de Son Goku?) y de tantas carcajadas a su costa, la película de Dragon ball se estrenó y ni el mundo se colapsó, ni fue un exitazo, ni fue un batacazo. Regalaron sus muñequitos en el Burger King (horrorosos todos, por cierto), intentaron que el videojuego realizado por el becario vendiera una copia para amortizar gastos y nadie la recuerda ya. Mucho lirili para tan poco lerele. Ja, ja, ya veréis que risa nos vamos a pegar con el Goku, seguro que es mejor la china original, etcétera. Y al final, ¿qué? Para el recuerdo queda una adaptación fallida y una película –dicen- entretenida, de videoclub en domingo por la tarde. Vaya decepción, coño. Se va uno esperando lo último de Ed Wood y se termina encontrando con un Ang Lee cualquiera. Y encima, hasta tenía puntos de conexión con la historia original. Pues vaya.

Lost: Uauh, ya verás, cómo se presenta la quinta temporada. La isla perdida en el tiempo y el espacio, Locke muerto, Jack y compañía queriendo volver allí… ¡Esto tiene que ser bueno a la fuerza! Y lo fue. Mientras en la isla sufrían viajes temporales apasionantes (y que, ya de paso, mataron a un personaje que nos daba bastante igual a todos), fuera de ella todos los personajes intentaban encontrar su motivo para volver. Y, cuando finalmente volvieron, Sawyer se llamaba LeFleur, estaba viviendo en 1976 y llevaba tres años siendo miembro de la iniciativa Dharma. La cosa pintaba mejor que nunca… ¿o no? Cinco episodios después, LeFleur sigue siendo parte de Dharma y todos estamos deseando que la rueda del tiempo de un giro más y se planten en el presente otra vez, porque esta parte de la historia aburre a los peces. Nunca creí que lo diría, pero llevo cuatro semanas sin ver Lost y no tengo ninguna intención de retomarlo en breves. Ni me interesa lo que me están contando, ni creo que la cosa tenga un futuro. Bravo, lo habéis intentado. Ahora, por favor, volved al futuro. Devolvedme a mis personajes. Devolvedme al presente. Devolvedme mi serie.

Pablo Motos, el mago del humor y las entrevistas 

Death note y su final: Hace un año y medio, Death note era lo más. Ignoro si lo sigue siendo en los grupúsculos otakitos (supongo que sí. Tampoco se puede decir precisamente que sea un colectivo que avance hacia el futuro si se sigue diciendo que Dragon ball es la mejor serie de la historia), pero antaño todos alucinábamos con la idea de un cuaderno que matara a la gente. Y, claro está, sus aplicaciones en el día a día. Vamos, que muchos nos dimos cuenta, en el fondo, de que somos unos asesinos en serie de tapadillo. Por si acaso, que no nos acerquen un cuaderno de estos. La serie, por si alguien ha estado viviendo en una cueva durante años sin comunicación alguna con el exterior, trata sobre Light Yagami, un joven que recibe un cuaderno de muerte (esto es: Toda persona que apunta en él muere tal y como él quiere que muera) y empieza a matar criminales. Otro joven tirando a emo, L, le persigue.

La serie no estaba mal hasta que llegó el momento en el que Light asesinó a L a sangre fría, entre amplias sonrisas que podrían haber marcado el final de la serie, el triunfo del mal sobre el bien, la locura final de Yagami. Pero, por supuesto, los japoneses no podían dejarlo pasar así como así, por lo que de la nada se crearon dos L más: Near y Mello, ambos con su propia personalidad, cada cual más peñazo que la anterior. Para que se hagan una idea, se trataba de personajes “misteriosos” que lo eran porque… ¡¡comían chocolate!! ¡¡CHOCOLATE!! ¡Qué misteriosos! Al final de los finales, después de varios tomos repetitivos y sin gracia, Light era atrapado por Near en un tomo que no entendió ni el propio autor (“Yo arranqué esa página”-“Sí, pero entonces yo puse un cuaderno nuevo y guardé la página en mi bolsillo”-“Pero esa página te la robé y te la cambié por otra página”-“Pues esa página…”. Si os dijera yo por donde os metía la página de marras, amigos) y la serie terminó sin pena ni gloria. De hecho sí. Con pena. Con mucha pena. Con la sensación de acabar de ver a tu mejor amigo de la infancia tirado en la calle con una jeringuilla en el brazo. Qué mal sabor de boca, demonios.

La nostalgia: Sucede en todos los botellones de ochenteros (o en todos los que yo he ido, que se cuentan con los dedos de una mano). Alguien se pone a cantar por lo bajinis la sintonía de Los fruittis, y media hora después un grupo de borrachuzos está gritando por las calles de la ciudad “Oliver, Benji, los magos del balón, Oliver, Benji, sueños de campeón” para la algarabía de los vecinos. ¡Viva la nostalgia! ¡Viva! ¿Quién quiere dormir teniendo dibujos animados de los 80? Yo os lo diré: Cualquiera. Las cadenas de televisión, de un tiempo a esta parte, han creído que, como todos cantamos canciones de series infantiles de aquellos años, significa que lo que queremos ver, efectivamente, es esas series y, de postre, El coche fantástico y El equipo A. Y, después del sufrimiento de ver volver a nuestra infancia, podemos llegar a la conclusión de que todo tiempo pasado fue, definitivamente, peor.

Qué nostalgia, El equipo A (Viru & Wally dixit)

Ni El coche fantástico era bueno, ni necesitaba un remake (tampoco 90210), ni El equipo A merece una película, ni las series de dibujos que veíamos pasan ahora del “Podría estar mejor”. Siendo generosos. Gracias a todo, parece que solo Telecinco (¡Incluso Cuatro se ha alejado ya del plan revival!) no se da cuenta de que mirar hacia atrás es lo contrario a triunfar hoy en día y sigue programando cosas como El juego del Euromillón (que ya en su día era rancio y ahora aún tira más hacia atrás con ese decorado prefabricado y esos códigos de barras en sobres con sellos, obsoletos en plena época de Internet) o Veredicto (programa a cuyo casting fui y del que casi tuve que salir por pura vergüenza ajena). Ver lo que antes nos hacía soñar ahora nos causará pesadillas. Eso sí. Las cancioncillas siguen siendo lo más pegadizo sobre este maldito planeta.

Seis momentos de decepción, seis momentos que recordar cuando digan las cifras del paro por la tele. Eh, por lo menos no es el final de Death note. ¡Viva!