Las series del Club Disney (y 3)

Hace algún tiempo por aquí empezamos a hablar de las series que daban en el vetusto, original y enorme Club Disney. Ya saben, apelando a la nostalgia y a esa glándula cerebral que hace que todas las mierdas que veíamos de pequeños sean maravillas en nuestra cabeza (se lo he dicho mil veces, pero por repetir no pasa nada). A todos nos pasa. Es más, cuando creces te das cuenta de que no todo es como creías, y de que todo el mundo puede decepcionarte. Sí, amigos. El otro día, leyendo un foro, me enteré de que Elenita, nuestra Elenita, se ha apuntado al ejército español. ¿Qué le pasa? ¿Es que no podía dedicarse a hacer topless en películas malas como todas las chicas de su generación? Snif, snif, snif. Un mito caído más. Entre miles de lágrimas, vamos con las cuatro series que aun faltan para completar la época mítica de las series Disney en España. ¡Premio para aquel que lea el título de alguna de ellas y no se ponga a tararear la cancioncita y/o a soltar suspiritos llenos de nostalgia y amor al pasado!

La tropa Goofy: Allá por 1992, Disney decidió que ya estaba bien de series vetustas sobre rescatadores, cazadores de tesoros y demás. Que los niños de hoy en día no se emocionaban con Tío Gilito sino con las pastis en la disco, colegui. Tenía que haber otra manera de conectar con el público joven. Así, después de mucho pensar e indagar en el vocabulario chupi lerendi de la época, tron, decidieron convertir a Goofy en padre de un adolescente rebelde y alocado (Max). La originalidad se salía por los costados, vaya, más aun cuando se mudan al lado de Pete, el malvado que puteaba a Goofy hasta el extremo en los cortos clásicos. Lo curioso es que funcionaba a su manera, y La tropa Goofy (“tropa” no volvió a ser usado hasta la tristemente famosa frase “Farlopa pa la tropa”, usada por tipos que quieren encajar en grupos multitudinarios y que nunca lo consiguen precisamente por usar expresiones como esa) se convirtió en un éxito entre los fans del Club Disney, más que nada porque tenía lo que todos pedíamos: Golpetazos, situaciones absurdas y diálogos rápidos. Y Goofy se reía con su risita hostiable. ¿Qué más podíamos pedir?

Hombre, calidad, puestos a pedir. Y es que vista hoy, el único legado decente que nos dejó La tropa Goofy fue la genial Goofy e hijo, una adaptación muy libre de la serie con canciones que aun ahora resuenan en nuestro cerebro como cantos celestiales, por mucho que las letras no tuvieran ni pizca de sentido (Que alguien llame a un taxi y me saque de aquí, prefiero estudiar aunque sea un horror…¿Tanto les costó encontrar una rima con “aquí”?). Goofy e hijo, vista más allá de los catorce años, es una serie aburrida, tostona, con tramas alargadas hasta la saciedad y con chistes repetidos episodio tras episodio (¡¡eh, Goofy ha vuelto a caerse!! ¡¡Qué gracioso es este perro!!). Para el recuerdo la musiquilla del opening, aunque caía en el gran defecto Disney de volver a decirnos que es lo mejor entre lo mejor (La tropa Goofy, lo mejor en este mundo…¿pero los mejores no eran Chip y Chop? ¿No era el pato Darkwing? ¿Es que no tenían otros sinónimos para “mejor”?) y alguna que otra situación de Max avergonzándose de su padre, único momento en el cual los fans aplaudíamos con las orejas y nos sentíamos identificados con él. Lástima que al final todos se arrejuntaran muy en plan Disney y nuestra vida siempre acabara en bronca gigantesca. Estúpida tele.

Clásicos Disney: Cada sábado, antes de terminar el programa, los guionistas fingían un gran problema en plató (que si hay un grupo de música y los fans bajan, que si David Carrillo se pone a llorar otra vez, que si hay una pelea) y Elena Jiménez (o quien fuera) daba paso a un clásico Disney aparentando preocupación. Era un relleno, para qué lo vamos a negar ahora. Era el momento en el que nosotros nos levantábamos y nos íbamos a calentar el Colacao. A nadie, nunca, jamás le interesaron los clásicos Disney a los 10 años. Teniendo las series de moda, ¿por qué íbamos a querer ver una animación menos trabajada –o eso creíamos- y chistes de chirigota teniendo las elaboradísimas tramas de Chip y chop? ¡Eran rescatadores! ¡Eran los mejores! ¡Los clásicos Disney no tenían una canción diciendo que eran los mejores! ¡No nos ofrecían alicientes! Por suerte, sólo duraban siete minutos y enseguida podíamos estar de vuelta en el sofá disfrutando de las peripecias de nuestras fabulosas series.

Pero el destino a veces es cruel y despiadado, y quiere que nos deshagamos del dinero cual Bowser en el Mario party (¿Referencias pilladas por los pelos? ¡Claro, Randy anda por ahí!). Por ello, cuando crecemos y descubrimos las maravillas que nos perdimos cuando éramos críos, nos saca los Tesoros Disney en DVD, repletitos de obras maestras de la animación y una excusa ideal para dejarse el sueldo (nunca “tesoro” estuvo tan bien usado). Maldito destino. Mientras tanto, los de Disney van y sustituyen los clásicos por la descafeinada pero a ratos cachonda revisión House of mouse que, para qué negarlo, es mejor y más divertida que el noventa por ciento de las mierdas que veíamos en nuestra infancia. Clásicos Disney al poder, coñoya.

Aventureros del aire: Cuando El libro de la selva fue un gran éxito de taquilla (claro que, en aquella época, si Disney sacaba La lista de la compra, sería un exitazo sin precedentes), las mentes pensantes de Disney se pusieron manos a la obra para crear un spin off a la altura. Y uno podría pensar en Las aventuras de Mowgly, de Baloo o incluso de Shere Kan, por cambiar un poco, pero no ésto. O sea, en el tiempo que no vimos entre la peli y la serie, Baloo se sacó el carnet de conductor de avión y no volvió a acordarse jamás de Mowgly para liarse a luchar contra las industrias Khan y otros piratas del aire. Toma ya. Seguro que si en vez de Baloo fuera Pepe Aviones, la serie no vendería tanto como vendió.

Y es que durante 65 episodios al inicio de los 90, Aventureros del aire cosechó un éxito acojonante, provocado en su mayoría por una trama, esta vez sí, bien estructurada, con su malo maloso al fondo (Shere Kan y Don Carnage), su URST (entre Baloo y Rebecca) y sus aventurillas. ¿Lo peor? Que al final Pato Aparato ni siquiera saliera (estaba planeado) y le dieran su papel al triste Kit, un oso abandonado por sus padres, pedante y presuntuoso pero joven (¡Eh! ¡¡Llevaba una gorra hacia atrás todo el tiempo!! ¡¡Qué juvenil!! ¿Alguien de Disney supo en sus propias carnes lo molesto que es llevar una gorra hacia atrás más de media hora?), que tenía que haberse quedado abandonado tanto como Molly, la niña pequeña que toda serie Disney debía tener. Además, la serie contaba con su secundario cómico sin gracia, Louie, y el pringado de turno, un tigre jardinero. ¿Sabeis qué? La serie no era mala del todo, pero acabo de recordar porque la veía. Porque la veíamos todos. Por el traje de aviador de Baloo. No puede haber algo mejor en esta vida que un oso vestido de aviador. Ni remotamente posible puede haber algo mejor, demonios.

Quack pack: En el 96, Disney volvió al síndrome “La tropa Goofy”: Se estaban volviendo una empresa que era relacionada con cosas vetustas y viejunas, y era lo último que querían. Necesitaban renovación, necesitaban cosas nuevas, necesitaban poner gorras hacia atrás a los personajes de nuestra infancia, necesitaban patos aventureros a la new age. Y así salió Quack pack, el experimento Disney más extraño jamás realizado. Jaimito, Jorgito y Juanito ahora son adolescentes (con lo cual supongo que querrán ser llamados Jaime, Jorge y Juan, pero eso les quitaría todo el carisma) y viven, por alguna razón, con su tío Donald, que es el cámara de Daisy (que ahora es presentadora), está anclado en lo viejuno y lleva camisas hawaianas.

Ya véis, Disney dio un puñetazo encima de la mesa gritando “¡¡Miradnos!! ¡¡Hemos dado un paso en la nueva era!! ¡¡Somos jóvenes, intrépidos y geniales!!”. Por supuesto, esta etapa de rebeldía se les pasó en siete meses, 39 episodios, y mandaron la serie a la porra. La verdad es que no era mala, la recuerdo como una serie graciosa, entretenida, muy movida y llena de estereotipos sobre los jóvenes por todos lados (wow, Jorgito intenta ligar con una chica y sus hermanos se enamoran también de ella mientras Donald chilla a lo patuno por detrás). Tristemente, ni tío Gilito, ni Pato Aparato (¿qué tenían todos en contra de sacarle en otras series? ¡Su nombre producía risa!) salieron nunca en la serie a pesar de que se desarrollaba en Patoburgo. Lo dicho, el último intento de Disney por intentar adivinar qué hace la gente joven al buen tuntún. A partir de ese momento, contrataron a gente joven de verdad y, simplemente, les preguntaron. Quién iba a decir que fuera tan fácil, oye.

Y aquí acaba el repaso a las series del Club Disney más recordadas y laureadas. En el tintero se quedan Timón y Pumba (serie que empezó siendo irreverente y divertida y acabó convirtiéndose en el aburrimiento personificado. Sabes que algo es malo cuando te has aburrido de ver chistes de pedos) y Kim Possible (que jamás he visto, ni ganas, aunque me descargué un par de episodios por impresionar a una chica que…eh…cariño…otra vez el hacha no, Hardita, porfaplis…que fue hace tiempo y…¡¡YAGH!!) entre otras. Qué le vamos a hacer. El Club Disney nos marcó la infancia a muchos, consiguió que soñáramos con aventuras, aviones, tesoros escondidos y el escote de Elena Jiménez.

Y en nuestra cabeza, reconozcámoslo, esa época era la leche por mucho que ahora la realidad nos pegue con ella. Estoy casi seguro de que cuando nosotros veíamos Los aurones, era mejor que ese subproducto que vemos ahora. Nos lo han cambiado para jodernos la existencia en una especie de complot internacional. Quiero pensar. Snif.

Mañana, un artículo bonito de esos de contar una historia anónima de un tipo cualquiera. ¡Oh! ¡Randy poético again!