El mendigo del McDonald’s

Siempre me he sentido mal al no dar dinero a la gente que va pidiendo por los bares, que vende cedés o que hace malabarismos en el metro. Es peor aun cuando ves que todo el mundo a tu alrededor se rasca la cartera para darles cincuenta céntimos, y tú usando siempre la misma excusa patética: “No, es que soy estudiante”. Que a ver hasta cuando cuela, vaya. Me veo con ochenta años, bastón y palillo en los dientes, aun dando el carnet universitario para entrar con descuento en el cine y poniéndolo como excusa a los mendigos. En fin, al único tipo que daba siempre un euro era a un tipo bilbaíno que blandía un cartel en el que ponía “Dame un euro. Quiero comprar un Ferrari”. Era imposible que mintiera, demonios. De hecho un día desapareció, y los rumores dicen que cogió el dinero, se fue a un concesionario, se compró un Ferari y se largó. Si esto es verdad, loor al mendigo del Ferrari, coño. De mayor me gustaría ser como él.

Y, sin que parezca que tiene relación directa, ahí estaba yo el lunes por la noche, comiéndome una hamburguesa de pollo en el McDonald’s de Moratalaz, un sitio tranquilo pero tan absurdo como todos los McDonald’s. De verdad, cada vez que veo a un señor de más de sesenta pidiendo una Big Mac con McPatatas Crunchy y McCocacola se me cae el alma al suelo, se rompe en mil pedazos y tiene que aparecer la McLimpiadora a recoger los escombros. Ups. Los McEscombros. Del McCorazón de McRandy. De hecho, parte de mi estaba comiendo sólo por la promoción que hay ahora, con la que se puede ganar una Wii (para mi padre, que ya les he hablado de su vicio matinal con el WiiSports) si tienes una suerte del copón bendito. O sea, si juntas tres boletos inencontrables tras saturarte las venas con grasas saturadas, conseguirás una de las 150 que hay repartidas por España. Chupi lerendi, tron.

 

En esas estábamos, yo leyendo un Ultimate Spiderman (que cada vez van a mejor, por cierto) y el resto de la gente a lo suyo, cuando un mendigo entró por la puerta. No era un mendigo normal, o sea, me recordaba a algún amigo mío (de hecho, al gran Fer) si hubiera vivido varios meses en la calle. Guardé mi cómic mientras veía como todo el mundo le negaba el dinero, que el tipo pedía con educación. Le seguí con la mirada mientras él intentaba sonreir a todo el mundo que no le negaba las cosas, sino que simplemente miraba hacia otro lado, como si la pobreza no existiera. Como me joden los chavales de 16 años que miran para otro lado negando que algún día ellos puedan estar igual. Yo no doy dinero, pero se agradece más una respuesta negativa que una ignoración absoluta. En fin.

Llegó el momento en el que estuvo en mi mesa. Yo me sabía el discurso y sabía lo que tenía que decirle en nuestro extraño juego de rol. Sin embargo, cuando abrió la boca me encontré con algo muy diferente. El tío señaló mi mochila, plagada de chapas, diciendo “¿Te gustan los cómics, verdad? Se te nota”. Hay que decir que no tenía demasiado mérito la adivinación, mi mochila está llena de chapas de Invasor Zim, One piece, Dragon ball, Galactus, Lost o 24. Y en el jersey, siempre presente la chapa de Pedo Bear, por razones obvias. Pero el caso es que en vez de pedirme dinero justo de seguido, el tipo me pilló fuera de juego comenzó a hablarme de Marvel y de cuánto le había emocionado Tony Stark en su saga alcohólica. Como entendereis, mi cara era un poema, dudando entre largarme o quedarme a tener una buena conversación con el tipo.

Se sentó en la silla frente a mí, cuando vió que le contestaba. Después de Iron man vinieron Los vengadores, Los inhumanos, Spiderman y La saga del clon, El jueves, Batman, algo de DC, Watchmen, Super Mario, Zelda y Metal gear solid. Y, sin que yo se lo pidiera, me empezó a contar su historia lentamente. Su familia entera había muerto, y estaba casado con una mujer. Guapa, me dijo. Pero zorra, compañero. No te diré que no te fíes de las mujeres, pero fíate poco. Su existencia era feliz: Él poseía una tienda de discos, ella pasaba el rato en casa viendo El diario de Patricia. Cuando la tienda quebró, mi amigo se quedó en el paro, con una mujer que alimentar y un hijo en camino. Y pasó lo que tuvo que pasar. Ella se fue con otro que le daba dinero y manutención, y él se vio en la calle y sin curro. Sin amigos, sin familia, sin nada. Lo poco que ganaba pidiendo lo usaba para imprimir sus currículums y enviarlos a empresas que le ignoraban en la entrevista de trabajo por sus pintas. Un círculo vicioso, dije yo. Eso es, dijo el mendigo. Un tío culto, de esos que hacen más falta en el mundo.

Le conté mi vida por encima, me aconsejó, le aconsejé, prometió empezar desde abajo y no aspirar al máximo, pero sólo hacía un mes que vivía en la calle y sabía que no estaba hecha para él. Entonces fue cuando me habló de su proyecto de libro, listo para ser editado, que siempre llevaba en su mochila, negra de la suciedad de la calle. Lo leí muy por encima, pero joder, era bueno. Un libro con carisma propia, con nivel, con una aventura de asesinatos y misterio más que interesante. Le devolví el libro, aconsejándole alguna editorial en el caso de que consiguiera para sobre y sellos. Me pidió dinero para comprar algo en el Alcampo, y aflojé cinco eurazos bien merecidos. El tipo, en vez de emocionarse, llorarme, alguna tontería de esas que, sinceramente, me esperaba, me dio la mano. Como un caballero. Como el jodido caballero que llevaba siendo durante dos horas ya.

Le di el dinero porque me vi reflejado en él, porque si la vida me va mal, me pego la gran leche divina y termino en la calle con mujer putón e hijo en camino, también me gustaría poder tener una charla amable con un cualquiera que me tratara con respeto. Y que me dejara sus cinco eurillos para comprar cuatro latas de mierda y unas salchichas en el Carrefour. Le di el dinero porque las buenas personas no merecen estar así, porque nuestros prejuicios a veces no nos permiten ver la dignidad de las personas, porque merece comer para que le publiquen el libro, porque no tenía pinta de canalla y en cinco noches se le ventilan en la calle, zis zas.

Se levantó de la mesa para marcharse, cuando aun se dio la vuelta una última vez mientras yo atacaba mis patatas. Muy en plan película de los años 80. “¿Sabes qué es lo que mas me jode? Que el hijoputa que se está follando a mi mujer también se habrá leído mi colección de Daredevil”. Sonreí y volví a mi comida. Sé que nunca le volveré a ver, que probablemente nunca salga de la calle, que su libro se perderá en la inopia y que nunca podrá recuperar su colección marvelita ganada con esmero a lo largo de los años. Lo sé, pero me hace ilusión creer que dentro de unos años triunfará en la vida, que saldrá adelante, que le publicarán el libro y se lo pasará a su mujer por el careto. Que será feliz.

Supongo, pensé mientras me levantaba y cerraba la mochila, aun con los Ultimate a la vista, que los viejos perros nunca mueren del todo. Nunca se dejan vencer. Me eché la mochila al hombro y salí del McDonald’s para nunca volver.

[Sí, a veces me apetece hacer cositas un poquito más serias, perdón. ¡Mañana no hay artículo, no porque sea fiesta sino porque tengo un día de locura exorbitada! El viernes, noticias. Y tetash. Que nos vamos conociendo]